
Desde que era adolescente siempre me había sentido atraída por todo lo relacionado con el sexo anal. Me fascinaba masturbarme desde el sofá de mi salón mientras veía películas porno en las que multitud de chicas eran sodomizadas por detrás sin compasión alguna. Me excitaba sobremanera el hecho de verlas disfrutar con aquella práctica que, en un principio, puede parecer dolorosa y poco agradable. Quizá por ese motivo, nunca antes me había atrevido a dar el paso y gozar del sexo anal en mis relaciones sexuales. Pero un buen día me dije que aquello tenía que cambiar, así que me armé de valor y salí de caza en busca de un hombre que fuera capaz de desvirgarme por detrás.
Por supuesto, no me costó mucho encontrar un voluntario que quisiera petarme el culo a saco. Los hombres, por lo general, se vuelven locos en cuanto una mujer les da vía libre para que entren por la puerta de atrás. Por eso, en cuanto localicé a un jovencito y le solté mi proposición indecente, los ojos se le abrieron de par en par y en cuestión de unos pocos minutos ya estábamos metidos en faena. Al llegar a casa, quise empezar comiéndole la polla un rato. Aquella mamada se convertía así en el preliminar ideal a lo que estaba a punto de ocurrir. Necesitaba que su polla estuviera bien dura y erecta para que pudiera clavármela sin problemas y hasta el final.
Ahora que ya estábamos listos, me tumbé sobre la cama boca abajo, y con el culo en pompa le dije que ya podía empezar a follarme el culo. Él se puso un poco de lubricante en mi ano y jugueteó con sus dedos hasta dilatármelo lo máximo posible. Yo estaba extasiada ante la idea de, por fin, dejar de ser virgen analmente. Él prestaba especial atención a excitar toda mi zona anal. Quería que estuviera relajada para disfrutar de la experiencia sexual tanto o más que él. Por eso, en cuanto me vi preparada para la acción, le susurré que ya podía empezar a empalarme. De modo que se me acercó por detrás, y poniendo sus manos en mi cintura, empezó a meterme la punta del capullo en mi culito prieto y sediento de placer.
Al principio, un ardor recorrió todo mi cuerpo. Sin embargo, intenté dejar la mente en blanco y disfrutar del momento. El caso es que, poco a poco, el dolor se fue convirtiendo en placer de una forma tan gradual que parecía imperceptible a simple vista. El caso es que estaba disfrutando como una perra en celo de cada embestida que me metía aquel tío. Podía sentir su polla entrar y salir de manera constante y decidida. Yo me acariciaba el coñito, masturbándome y obteniendo así placer por partida doble.
Tras varios orgasmos, finalmente él avisó que se iba a correr, por lo que sacó su polla de mi culito y me echó toda su leche caliente sobre mi espalda. Podía notar cómo resbalaba por los costados, e incluso se filtraba por la raja de mi culito hasta llegar a mi ano, dejándolo totalmente empapado. La experiencia fue tan increíble que decidimos volver a repetir en cuanto retomáramos fuerzas.
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