
Lo que más me puede gustar en esta vida es follarme a una pava a mi antojo y hacer con ella lo que me venga en gana. Afortunadamente tenía una buena amiga con la que siempre terminábamos acostándonos y ella se sometía a todos mis caprichos y perversiones sexuales que se me pudieran imaginar. A esta chica le encantaba sentir que yo dominaba la situación y, de este modo, le hacía vivir momentos de placer totalmente indescriptibles. Yo, por mi parte, gozaba sin límites y me sentía como un auténtico dios del sexo a su lado. Juntos éramos capaces de proporcionarnos horas y más horas de sexo sin interrupciones y sin ningún tipo de censura. El único límite era el de mi imaginación, así que después de tantos encuentros sexuales furtivos, ya nos conocíamos bastante bien y habíamos practicado multitud de posturas y géneros sexuales de todo tipo.
Aquella noche, ella y yo volvíamos a vernos las caras para follar a saco durante toda la noche. Estábamos los dos tan calientes que en tan solo unos segundos la habitación ya ardía de pasión. Era tal el calor sofocante que nos inundaba que no tardamos en arrancarnos la ropa mutuamente. Utilizamos hasta los dientes para desnudarnos y sacarnos la ropa interior a mordiscos. Nos habíamos convertido en auténticos animales deseosos de practicar sexo a toda costa. No tardé en tomar el mando de la situación, y agarrando a aquella zorrita por la cintura, la obligué a que pusiera su culito en pompa y empecé a petarle el coño con una furia brutal.
Mis huevos chocaban contra su cuerpo mientras los dos sudábamos sin parar y nos fundíamos en un solo cuerpo. Se notaba que aquella perra estaba gozando tanto como yo, a juzgar por los gemidos y alaridos de placer que salían de su preciosa boca. Era una situación de lo más excitante y pensábamos llegar hasta el final sin importarnos nada ni nadie. Poco nos preocupaba que los vecinos pudieran oír nuestro ajetreo sexual porque lo único que nos importaba era disfrutar al máximo el uno del otro.
Cuando ya le había follado el coñito un buen rato a aquella zorrita, le obligué a darse la vuelta y con un gesto le indiqué que me comiera la polla a fondo. Ella era una mamadora de primera categoría, y fue tan obediente que en ese mismo momento ya estaba ejercitando su lengua al máximo para provocarme oleadas de placer sin fin. Yo tenía los huevos tan cargados de leche que me preocupaba que de un momento a otro no pudiera evitarlo y acabara corriéndome antes de tiempo. Por eso, de vez en cuando apartaba mi polla de su boca y dejaba unos segundos de descanso para volver a la faena con más fuerza que nunca. Se notaba en los ojos de viciosa de aquella chica que ansiaba con todas sus ganas mi polla, y cada vez que la apartaba de su boca, la buscaba con la mirada hasta volver a metérsela otra vez hasta el fondo.
Continuará…
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