
La madre de mi amigo Raúl siempre había estado muy buena, para qué nos vamos a engañar. Era una de esas maduritas a la que no te importaría echarle un polvo y follártela hasta que salga el sol. No es que hubiera tenido a su hijo prematuramente joven, ni mucho menos. Lo que pasa es que para su edad, estaba de muy buen ver y era capaz de volver locos a los amigos de su propio hijo, casi nada. Además, tenía una mirada viciosa a más no poder, acompañada de unos sensuales labios que parecían pedir a gritos ser besados en todo momento. Por no hablar de su cuerpo perfecto y ese par de tetas que me traían loco desde el día en el que la conocí. Siempre había sido muy respetuoso con este asunto, ya que se trataba de la madre de mi mejor amigo y no quería tener problemas con su marido, y mucho menos con su hijo. No obstante, un día todo resultó propicio para que yo terminara acostándome con ella y gozando del sexo de un modo explosivo.
Aquel día fui a ver a mi amigo a su casa. Me abrió la puerta su madre, que acababa de salir de la ducha y llevaba puesto únicamente un albornoz sobre su cuerpo húmedo y sensual, Aquello ya me llamó la atención desde un primer momento, pero supe controlar mis hormonas y evitar fijarme en el escote que dejaba entrever sus enormes peras. Mirándola a la cara pregunté directamente por su hijo, a lo que ella me contestó que aún no había vuelto de la universidad pero que no debería faltar mucho para que llegara. Con un gesto amable me invitó a pasar para esperarle dentro. Yo acepté de un modo totalmente inocente, os lo aseguro. Lo que pasa es que durante aquellos minutos, ella se dedicó por completo a tirarme la caña y ver si le seguía el rollo. Al principio pensé que eran imaginaciones mías, hasta que llegó el momento en el que vi clarísimo que simuló un descuido para abrirse más el albornoz y llegar a verle un pezón. Mientras ella, que me miraba fijamente a los ojos con mirada lasciva, me sonreía invitándome a lanzarme sobre ella y follar como auténticos descosidos.
El caso es que yo tampoco pude disimular más mis ganas, de modo que me acerqué hasta ella y juntamos nuestros labios y lenguas en un beso totalmente apasionado y descontrolado, por qué no decirlo. De un modo totalmente atrevido, metí mi mano bajo su albornoz y pude sentir la calidez y textura de sus pechotes. Nunca antes había sentido esa predilección hacia las mujeres maduras, pero es que aquella señora era toda una fiera sexual, y desde luego ya no podía negar lo evidente. La atracción era extremadamente intensa y mutua, por lo que la única solución posible era terminar follando como animales antes de que llegara su hijo a casa y nos pudiera pillar en pleno frenesí.
Continuará…
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