
No sabía muy bien si era por el sol, el calor o el tiempo que hacía que no practicaba sexo, pero yo aquel día estaba tremendamente cachonda y dispuesta a follar con mi mejor amiga de una vez por todas. Tanto es así que las dos decidimos apartarnos un poco de aquella playa y buscar un poco de intimidad al refugio de las rocas. Una vez libres de miradas ajenas, podríamos dar rienda suelta a nuestra pasión y experimentar el sexo lésbico por vez primera. Todo era nuevo para mí, y la verdad es que no sabía muy bien cómo empezar. Afortunadamente ella se lanzó primero, y tras humedecer sus dedos de la mano derecha con su lengua, los hundió en mi coñito y me los metió hasta el fondo.
La sensación de placer que recorrió todo mi cuerpo de arriba abajo no se puede describir con palabras, os lo puedo asegurar. Estábamos entregadísimas al 100% y era un verdadero placer estimular el cuerpo de ella y hacerla enloquecer de placer con cada gemido que se escapaba de sus labios. Parecíamos dos perras en celo, completamente desnudas y follando bajo el sol. La naturaleza nos rodeaba y daba su visto bueno a nuestro desenfreno sexual sin precedentes. Yo también quería mostrarme activa en aquel polvo inesperado, así que agarré las tetas de mi amiga y empecé a lamerle los pezones con la punta de mi lengua. Acariciaba su aureola hasta hacerle cosquillas y ver como el pezón se iba poniendo terso y duro, síntoma inequívoco de que estaba disfrutando como una auténtica perra.
Ella continuaba masturbándome y frotando mi clítoris como nunca ningún hombre me lo había hecho. La verdad es que, al ser las dos mujeres, sabíamos muy bien qué teclas tocar para hacernos estremecer de placer. Nadie como una mujer es capaz de hacer disfrutar en la cama a otra mujer, y ahora por fin estaba comprendiendo que aquel tópico era completamente cierto. Dejé aparcadas sus tetas por unos momentos y me centré también en disfrutar de su vagina en todo su esplendor. Aquel chochito se abría ante mi como si de un regalo se tratase, y pensaba tocarlo y chuparlo con todas mis ganas hasta sacar el máximo provecho posible.
De vez en cuando nos besábamos y sonreíamos al mismo tiempo. Que acabáramos follando juntas era algo que nunca habíamos esperado, pero que afortunadamente se estaba haciendo realidad. Aceleramos la velocidad de nuestros movimientos y los acompasamos el uno al otro para sentir lo mismo a la vez. Estábamos convencidas de que alcanzaríamos el orgasmo al mismo tiempo, y así fue. En cuanto la vi sacudir su espalda y se le desencajó la mandíbula de tanto chillar de placer, yo también me puse caliente como una moto y disfruté el mejor orgasmo de toda mi vida. Extenuadas, nos quedamos mirando bajo el sol y sonreímos con una mirada cómplice, como queriendo decir que este polvo iba a ser el primero de muchos que vendrían después.
- Compartir
-
-